Dos personas caminan por la pelada, fría arboleda; la Luna los acompaña, ellos la contemplan.
La Luna viaja sobre los altos robles;
ni una nube obscurece la luz del cielo,
hacia la que suben las negras copas de los árboles.
Una voz de mujer dice:
Llevo en mi seno un niño y no es tuyo;
en pecado camino junto a ti.
Profundamente he delinquido contra mí.
Ya no creía en la felicidad
y tenía un gran anhelo
por una vida fructífera, por la felicidad
y la responsabilidad de ser madre; así que me atreví
y, trémula, dejé que mi cuerpo
abrazase un extraño
y quedé encinta de él.
Ahora la vida se ha vengado,
ahora que te he encontrado.
Ella avanza con torpe paso.
Mira hacia arriba: la Luna los acompaña.
Su obscura mirada se inunda de luz.
Una voz de hombre dice:
Que la criatura que has concebido
no sea una carga para tu alma.
¡Oh, mira, con qué fulgor brilla el universo!
En todo hay un resplandor;
estás conmigo a la deriva en un frío océano,
mas una especial tibieza flamea
de ti hacia mí, de mí hacia ti.
Esto transfigurará al hijo del otro;
por mi lo llevarás, desde mí;
me has traído el fulgor,
de mí mismo has hecho un niño.
Él abraza las robustas caderas de ella.
Sus hálitos se mezclan en la brisa.
Dos personas caminan por la elevada, clara noche.
Richard Dehmel
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